jueves, 22 de agosto de 2013

La verdad

Hace muchos años viví en una ciudad de esas de película, esas que bien pueden ser un set de filmación sin ningún retoque. La ciudad huele a cambios, a arte a intelectualidad y utopias, como todas las ciudades con universidades. En ese momento yo no estaba en mi mejor momento. Al mundo se le notaba la circunferencia, no sé cómo explicarlo pero se le notaba que era redondo, sobre todo en las plazas, notaba el movimiento, la rotación. Y esto produce mucho vértigo… Ese era el nivel de locura. Tenía alguien al lado, una pareja, que me duro pocos años y me dejo por largos años el pavor al compromiso. En esos momentos nadie se anima a decirte de frente que te estás equivocando. Pero hubo una persona, una de las mujeres de mi familia, que un día que estábamos solas, sentadas en la mesita redonda de la cocina, me miro y me pregunto: “Vos sabes que los sapos no se convierten en príncipes cuando los besas, no?” Sinceramente no se si me molesto, si me di enteramente cuenta en ese momento, pero si se que se me quedo pegada esa frase en algún lado y me ayudo a despegarme y de dejar de tratar de convertir a los hombres en algo que no eran. Lo fantástico de ese comentario, es que años después esa mujer me dijo que había hecho una gran elección de padre para mi hijo, y yo pude creerle sin dudas.

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